domingo, 2 de septiembre de 2012
Riglos.
RIGLOS
El reloj tuerce los mallos,
las sombras como cuchillos
cortan las verticales
sin timidez aparente.
Los escaladores se toman el pulso,
los bolos prometen no desprenderse.
En la cuarta reunión de una línea eterna
lloré con las manos llenas de magnesio.
Ni la cima expira mi desilusión,
como abrir la caja de un regalo vacío.
Sólo agua y barro tallaron éstas lápidas rojas,
sólo los buitres dieron indulto al aire
entre sus alas emergentes.
Yo mantuve la calma, el tiempo se paró,
hinché mi pecho y las distancias entre
cada seguro desaparecieron.
En Riglos tuve un segundo de calma chicha,
el campanario despunto y
volvió a acurrucarse entre la Visera y el Pisón.
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